Ayer, junto a Mercè -la que veis en bastantes comentarios por aquí- asistí a un evento bastante peculiar, por lo menos para mí. Como fuera que le apetecía ir, y en su hogar no podía reclutar a nadie, recurrió a un valor seguro para meterse en saraos peculiares, que es quien escribe. Así pues, ayer por la tarde, estuvimos en una subasta. Sí, de esas como las que salen en las películas, llenas de cuadros, gente rancia y una persona con un mazo de madera pegándole a un tarugo cada vez que pasaba de trasto subastado. Por supuesto, la visitamos como meros turistas observadores, que no está el horno para gilipolleces.
Dicho así, sale a traslucir el individuo poco sofisticado que en muchas ocasiones suelo ser, pero es que aquello era -y me darás la razón, Mercè- un tostón de superlativa magnitud. Uno, en su desconocimiento de esos lugares, se imagina a dos o tres tipos envarados y con naftalina hasta en las orejas pujando cifras astronómicas por obras de arte de aparente incalculable valor.
Pues bien, casi nada de lo anterior, al menos ayer, concordaba con esa imagen, os lo aseguro. Para empezar, cuando llegabas, te encontrabas en una sala llena de gente que, al menos, tenía la decencia de cumplir con las expectativas de ranciedad en bastantes casos. Y ahí acababa toda similitud con lo preconcebido. Según comentaba Mercè, que ella sí que entiende de arte tela, y aún tela y media, el grueso de lo que allí se subastaba era de un valor más bien mediocre. Y sus precios de salida también eran mucho (pero mucho) más modestos de lo que os podáis imaginar. Nada de miles de millones en un cuadro. Los había hasta de 200 euros, vamos, una birria.
Y las pujas. Menudo aburrimiento, ladrillo y tostón. Ni rastro de audaces millonarios sacando la pasta para comprar un jarrón Ming o un Velázquez. A lo sumo, de vez en cuando -muchos objetos se quedaban sin colocar- dos o tres pujillas (a menudo por teléfono) por dibujos o cuadros de poco valor, con subidas en cada caso de apenas 50 euretes. Glamour a tope. Por lo visto, la crisis también ha llegado hasta estos extremos. Como nota aparte, os diré que no vi cava en la mesa de bebidas, pero sí Coca Cola. Toma ya, y eso que era una casa de subastas de cierto renombre.
Así que tras un rato, optamos por retirarnos de allí, antes de que se nos escapara -particularmente a mí- un sonorísimo bostezo tras haber recorrido visualmente el catálogo de objetos unas 57 veces. En definitiva, salimos bastante desilusionados de allí tras la asistencia. Pero buena parte de la culpa era nuestra o cuanto menos, mía: es lo que tiene ir por la vida con demasiadas expectativas.
PS: The Winner Takes It All, enésimo número uno de Abba, como supondréis, no trataba de ninguna subasta ni de nada por el estilo. Pero el título recoge bien lo que pensaba que sería aquello antes de llegar. Como intuiréis, en la historia de la música de todos los tiempos, las pujas de subastas no han sido temas recurrentes para las canciones, y las pocas que hay ni matan demasiado ni mucho menos tienen grandes clips al efecto. Así que, en mis obvias limitaciones, esto es lo mejor que os propongo. Que al menos disfrutéis con la música.
Letra de la Píldora.
Hasta la próxima.
Bueno, una experiencia más... Al final el cuadro estrella se vendió, pero por el mismo precio de salida.
ResponderEliminarEs que ya ni las subastas son lo que eran, qué pérdida de clase y caché... y eso que, a veces, con la fauna y flora que había rondando por allí, parecía que se estaba en un puesto de aquellos que daban estampitas de San Cristóbal a los conductores en la Diagonal...
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