El glam rock, como todos los estilos tuvo sus luces y sus sombras. Más aún si cabe que otras movidas, ya que, en el fondo, aglomeraba a gente de lo más diversa bajo la única divisa común de los chillones satinados y los a veces excesivos maquillajes.
Como ya he dicho en alguna ocasión, Marc Bolan fue el contrapunto "intelectual" de aquel fenómeno desinhibido y con frecuencia hortera, macarra y tontorrón, en tanto ex hippy muy influenciado por la literatura fantástica. Él fue quien inventó el glam rock, y él fue quien certificó su final antes de volverse padrino de la new wave.
Pues bien, si hubo un momento álgido, de brillo absoluto de aquel fenómeno, fue el lanzamiento de Metal Guru. En la primavera de 1972, los T.Rex estaban derivando hacia un sonido de guitarras cada vez más potente y con aires soul, pero todavía conservaban muchísimo de la mística y de la peculiar creatividad de sus inicios.
Metal Guru -de estructura sencilla pero tremendamente efectiva- fue un tema a medio camino entre piezas mucho más ligeras como Hot Love o Telegram Sam, y otras mucho más oscuras y trascendentales como Children Of The Revolution o Ballroom Of Mars. Todas ellas magníficas, por cierto. El resultado fue un tema con un sonido brillante como pocos de su momento... pero a la vez con un trasfondo que justificaba porqué Bolan era el jefe y la referencia a seguir de aquella peculiar reacción al rock progresivo, por encima incluso de nombres como Bowie o Elton John.
Porque ¿quién si no dedicaría un hit para las discotecas del momento a un concepto místico... y se marcaría con él nada menos que cuatro semanas en el número uno? Genio y figura, sin duda alguna.
Letra de la Píldora.
Hasta la próxima.
Javi, venía leyendo bien la entrada de hoy, sosegado y tranquilo y saboreando los detalles que dabas de la movida T-REx. Hasta que me he topado con la mención a Children of the Revolution y me he visto arrastrado a un momento psicótico pseudovegetativo (ojos filemonianos en espiriral de arcoíris) del que hace apenas unos minutos me he recuperado. ¿Pues no era esta la canción que pusiste una y otra vez en el hotel de Tenerife a las tantas de la mañana con las puertas del cuarto abiertas (ya son ganas de joder) mientras te paseabas por los corrillos de los pasillos cubata en mano cual Can Cerbero del arsenal alcohólico (ojo, sufragado por todos) que “administrabas” desde nuestro cuarto? Yo creo que aquella pareja que celebraba las bodas de plata 7 cuartos más allá aún se acuerda del “platinaso” que se llevaron esa noche. Creo que el hombre, cuando le preguntaron en su lecho de muerte qué balance hacía de la vida y qué sentía ahora que se avecinaba el tránsito, soltó aquélla frase que los nietos hoy aún no entienden: “..un sonido como de subwoofer incrustado en el tímpano, como una vespa a escape…”.
ResponderEliminarJo, jo, jo!!! Tenerife!!! Permíteme que añada algo a la historia. Lo dicho más arriba es totalmente cierto, lo de la canción, los paseos cuñada en ristre por el pasillo ("qué bueno está este cacharritoooo...") y es bastante probable que el traspaso de aquel buen hombre, que espero que tarde aún, sea en esos términos.
ResponderEliminarPero la disposición del arsenal en nuestro apartamento se puede definir, sin ambages, como un ejercicio de oferta-demanda en toda regla. Por parte nuestra -éramos tres, Santi, Juan y yo, aunque sólo los dos que imagináis teníamos derecho a voto, c'est la vie- ofrecíamos algo que el resto no quería: empantanar su apartamento con una cena-fiesta (lo de la cena lo dejo para otro día...). A cambio, "ofrecíamos" guardar las botellas en nuestra nevera por "comodidad", lo que a la postre sería cierto, especialmente para los mendas. Porque la fiesta pasó, y la mujer de la limpieza del hotel nos echó una soberana bronca ("a esto no hay derecho, la próxima vez os lo limpiáis vosotros"), pero la jugada resultó redonda: todo el resto de la semana tuvimos el bar al alcance de la mano... y gratix. Hasta el punto de que los cubatas ya se servían porque sí, sólo por tenerlos a mano: previo a la ducha, para el café... en fin, ya véis.
La verdad es que aquel viaje tuvo momentos surrealistas, como cuando Juan, tras haber tocado el cielo de los buenos bebedores por un instante, se reveló pufo absoluto, y acabó echando la pota en un acantilado sujetado por Santi y por mí... mientras me dedicaba una demoledora sentencia: "Sandra, te lo agradezco mucho". Dicha frase tenía muchísimo mérito a tenor de las patillazas que me gastaba y mi tono de voz cuartelario. Pero el hombre iba tal que no distinguía a Elsa Pataky de Chiquito de la Calzada bailando los pajaritos.
Así que, al lado de todo aquello, meter "Children of The Revolution" a todo volumen era casi más un acto de filantropía cultural que una falta de respeto. Sólo lamento no haber tenido, realmente, aquellos subwoffers a mano... hubieran llovido hostias, incluso.
Putísimo corrector del iPhone: no era "cuñada" en ristre. Era "cubata" en ristre.
ResponderEliminarHombre, "cuñada" en ristre queda un poquito feo, y eso si consideramos la acepción más común. Si es un apelativo cariñoso de otra cosaaaaaa, ya queda MUY feo...
ResponderEliminarMenos mal que hice la puntualización ipso facto, ya veo que me fue de veinte minutos, je, je, je... insisto, es cubata, cu-ba-ta...
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