sábado, 31 de diciembre de 2016

Alive & Kicking, Simple Minds, 1985

Y aquí estamos de nuevo, porque aunque lo parezca... ¡nunca nos hemos marchado! Han faltado los momentos necesarios para ponerse ante el ordenador, pero nunca las ganas de hacerlo. Así que, como prueba de ello, nada mejor que una Píldora para acabar este 2016. Y nada de necrológicas, que musicalmente este año ha sido poco menos que un Waterloo: Bowie, Prince, Cohen, George Michael... y tantos otros más. Menos mal que aún nos queda el bueno de Keith Richards, con dos cojones ahí, aguantando mecha. 

Este 2016 ha tenido de todo, como la propia vida: muchos momentos geniales, otros de esos que se escapan sin enterarse uno en el día a día, y algunos, los menos, para dejarlos correr. Así que para este 2017, le pido sólo que los buenos sean más, y aún mejores, que los anodinos no pasen de ahí, y que los no tan buenos sean todavía menos y que pasen sin dejar demasiada huella. 

¡Y, sobre todo, que hayan más Píldoras! ¡Espero poder estar a la altura! 

Porque, como cantaban los Simple Minds hace más de treinta años, en realidad, siempre he seguido aquí, vivito y coleando. 

Y que dure. 




Hasta la próxima!


sábado, 3 de septiembre de 2016

Civil War, Guns N' Roses, 1993


Hubo un tiempo, a principios de los años noventa, donde parecía que casi todo lo anterior iba a ser barrido por los nuevos tiempos. En Gran Bretaña, los grupos alternativos estaban dejando paso a un puñado de bandas cargadas de ácido y que no tenían complejos en mezclar el rock con la música de baile. De ellos, a su vez, saldrían los grandes brits poco después. 

Mientras tanto, en Estados Unidos, las dictaduras de Michael Jackson, Madonna, Springsteen y demás mastodontes -junto a toda la variedad de música ochentera para yuppies y soñadores aspirantes a serlo- también estaban llegando a su fin. Sólo sobrevivirían aquellos más capaces de adaptarse (adivinad quién), mientras que el resto pasaría a la historia con mayor o menor gloria. 

Esto mismo también estaba sucediendo en la música heavy metal. Aquellas bandas con sobredosis de laca en el pelo muy pronto dejarían de ampliar la capa de ozono con sus excesos capilares. Algunas, se lo cortarían: la mayoría, acabaría en la nostalgia de sus fans más incondicionales. La causa eran aquellos tipos de Seattle que, tras hacer su propia versión de la música de los Pixies, decidieron que el rock duro de la nueva década iba a ser muy diferente. 

Sólo una banda resistió con éxito el embate... al menos durante el principio. Es cierto que no llevaban tanta laca y, desde luego, eran pura energía más allá de las poses diversas. Guns N' Roses, que había alcanzado el éxito en el muy pasado de vueltas año de 1987, conseguiría sobrevivir al terremoto que Cobain y los suyos habían impuesto en 1991 con Nevermind

Cierto es que para hacerlo, tuvieron que dejar atrás todas las aristas sonoras que les habían dado el éxito, para convertirse de facto en una banda con un sonido mucho más barroco, apto para sus cada vez más mastodónticos conciertos. Aunque, desde luego, seguían siendo animales de escenario a todas, todas. 

Civil War es un ejemplo de ese estilo cada vez más grandilocuente que llevaban sus discos. Todos, en su día, alucinamos con sus dos Use Your Illusion, sendas colecciones de temazos capaces de competir -si no en frescura, sí en goce musical- con Nirvana. Balada poderosísima de reminiscencias setenteras de principio a fin (Rose y Slash cada vez ocultaban menos sus influencias musicales), Civil War era un enorme alegato antibélico compuesto por los tres grandes de la banda, los dos mencionados junto a Duff McKagan. Todavía hoy deja flipado ante sus siete minutos y pico, acabados en una coda final memorable.

Eso sí, los años no pasan en balde. Si habéis visto reciéntemente a Axl Rose en el escenario... bueno, ya no es lo mismo, a pesar de mantener su tremenda voz. Me quedo con la bestia que interpretaba Civil War hace nada menos que -uff- veinticinco años. Anda que no.

  




Hasta la próxima. 


sábado, 18 de junio de 2016

Dead Ringer for Love, Meat Loaf & Cher, 1981


Dicen que a veces la vida hace extraños compañeros de cama. Pues bien, en este caso, no sé si de cama, pero musicalmente es una de esas excentricidades que sólo los americanos son capaces de hacer... y salir airosos del intento. Más o menos. Permitidme explicarme. 

¿Cuál puede ser el resultado de poner en el mismo lugar y momento a una ya por entonces estrella del rock duro con aires épicos como Meat Loaf, y a la diva de divas Cher? La respuesta es igualmente inesperada e incluso desconcertante: algo que perfectamente podría haberse incluido en la banda sonora de Grease. Así, sin más. 

Hasta el vídeo hace honor a tamaño resultado producto de tamaño cruce. Y no lo digo por el tamaño del cantante norteamericano, que sería indigno chiste fácil a tirarme en cara con razón. Resulta que vemos en una tasca a un grupo de chavalas, ya con dos comuniones hechas la mayoría, con Cher a la cabeza -y a la cerveza- ataviada cual tabernaria lagarta de V. Visionaria ella, dicho sea de paso, pues aún le quedaban tres años a la serie. De repente, entra en escena una pandilla de chavales que parece sacada de Porky's no sólo por la estética, si no por ese esfuerzo en poner a tipos de veinticinco o treinta años como borrachines estudiantes de bachillerato. Y, por cierto, estos eran decididamente menos visionarios estéticamente que Cher, pues Porky's era contemporánea al clip.

Así que empieza a suceder lo que tiene que suceder. Cher y Meat Loaf se ponen a interactuar cual Olivia y Travolta, y se desata una juerga digna de You're The One That I Want que hasta incluye un repentino cambio de look setentero/hortera por parte de ellos, así sin más, por arte de birli birloque. Y ahí es donde uno ya acaba por desistir entender nada, para dejarse llevar por el inconmensurable espectáculo. 

Porque, desde luego, no será la mejor canción del mundo. Pero divertida, lo es un rato. 

PS: para los que seáis fans de Cher, que de todo tiene que haber en la viña del Señor, deciros que nunca se le ha visto interpretar este tema después, a diferencia de Meat Loaf. De hecho, tras grabar la canción y el impagable clip, jamás se le vio acercarse al asunto de nuevo. Así que me imagino que lo de "extraños compañeros de cama", es más que probable que aquí se mantuviera en su más absoluto sentido figurado. 




Letra de la Píldora.

Hasta la próxima. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

A Day In The Life, The Beatles, 1967



Menudo 2016 llevamos. Si dedicara cada Píldora a cada uno de los ilustrísimos que nos han dejado (y sólo estamos a principios de marzo-, este blog sería prácticamente una sección de necrológicas, y no es en absoluto la intención. Sin embargo, hoy, al igual que sucedió hace un par de meses con Bowie, uno debe ponerse en el lugar que toca. Que, en el caso de hoy, es de pie y con el más solemne y sentido respeto. 

Esta mañana comentaba que la pérdida de George Martin, para los que somos de sangre Beatle, es totalmente equiparable a la de Lennon (la recuerdo, aún siendo muy niño, por el impacto enorme de la noticia) y a la de Harrison. Siempre se suele decir que el quinto beatle fue el batería anterior a Ringo, Pete Best, o incluso el primer bajista y amigo de Lennon, Stuart Sutcliffe. No es cierto. Fue George Martin. 

Fue él el tipo que, con su formación clásica y su espíritu de jazz, moldeó el rock and roll casi macarra de aquel grupo que fue presentado por su mánager Brian Epstein -tal vez la otra persona con capacidad de disputar a Martin el título de quinto beatle- por primera vez en 1962. Entonces, éste era el productor de un oscuro sello dependiente de EMI, Parlophone, y se dedicaba sobre todo a grabar comedias. Peter Sellers era uno de sus más famosos producidos. 

Naturalmente, en 1962, la juventud iba bastante más allá. No es que les convenciera demasiado el grupo, pero las voces harmónicas de Lennon y McCartney que oyó en la cinta le parecieron interesantes, y el entusiasmo de Epstein hizo el resto. Así que los contrató antes incluso de haberlos visto. A partir de aquí, cambió todo. Musicalmente, aportó su vasto conocimiento para introducir innovaciones que cambiaron para siempre la historia del rock. Entre otras muchísimas aportaciones, suya fue la idea de grabar Yesterday con un cuarteto de cuerdas, de añadir el célebre piano de aires barrocos (no era un clavecín, aunque lo hizo sonar como tal) de In My Life, y de dirigir la orquesta que debía sonar "hasta el infinito" en este A Day In The Life, que tenéis hoy aquí. 

Pero además fue un individuo apasionado por la tecnología en los estudios de grabación. En su época, el mayor avance eran las grabadoras de dos pistas para el sonido estéreo, que luego se ampliaron a cuatro. Pues bien, Martin, viendo la enorme complejidad que planteaba la idea que tenía el grupo para el álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, fue el primero del mundo en grabar a ocho pistas... uniendo de manera casi imposible dos máquinas de cuatro. Ciertamente, para esta parte de su trabajo siempre se rodeó de los mejores ingenieros de sonido. Ahí quedan los nombres de Geoff Emerick, Norman Smith o incluso un jovencísimo Alan Parsons más tarde. 

Como homenaje, he querido traer uno de mis temas favoritos del grupo, este magnífico A Day In The Life, que cerraba el álbum Sgt. Pepper's. Se trata de una canción compleja, absolutamente surrealista, y a su manera, conmovedora. En ella, Martin tuvo un papel clave coordinando la orquesta en una grabación que se las prometía caótica: como el grupo quería un sonido que llegara hasta el infinito, entregó a los carísimos cuarenta músicos profesionales la que fue, posiblemente, la partitura más extraña que nunca vieron, en la que tenían que ir desde la nota más baja posible hasta la más alta. Para complicar más las cosas, por allí rondaban varias superestrellas superpsicodélicas y superfashion (Jagger, Richards, Donovan, Nesmith...). Así que la guinda fue la imposición del grupo -en un arrebato de extraño vanguardismo- a que todos los músicos llevaran puesto algún elemento de disfraz mientras grababan. De ahí que podáis ver en el vídeo a la orquesta más extraña y surrealista que nunca haya entrado a un estudio de grabación. Que era lo que querían. 

Y, por supuesto, también podréis ver al propio Martin. Lo encontraréis dirigiendo a la orquesta con una enorme nariz postiza (no se libró del asunto del disfraz) y, más tarde, departiendo con Lennon. 

Si hay algo más allá, es bastante probable que ahora ya estén departiendo de nuevo. Sin más, A Day In The Life




Hasta la próxima. 

sábado, 5 de marzo de 2016

Up the Junction, Squeeze, 1979


Up the Junction es, para quien escribe, uno de los grandísimos temas de una época estelar dentro de la historia de la música pop, la escena británica de finales de los setenta. Allí se mezclaban tanto los modernísimos punks y new waves (a menudo, musicalmente, primos hermanos) con unos renacidos mods, y con otra fauna bien distinta pero tampoco muy lejana que se desvivía por el ska. 

Si a éstos se les sumaban los coletazos del hard rock -a punto de transformarse en algo muy distinto de la mano de Mötorhead- y los mastodontes sinfónicos llenaestadios, francamente, no me hubiera importado sintonizar la radio de aquella época. Y no es porque físicamente no pudiera: el problema es que en España, un niño de cinco o seis años -servidor- tenía más en común con Torrebruno y Mazinger Z que con toda esta pléyade punk y new.

Así que para poder disfrutar de aquella explosión tuve que esperar varios años, hasta crecer y tener curiosidad por la música. Lástima que ya no quedaban ni punks, ni new waves, ni mods, esto es, que no fueran unos nostálgicos bastante trasnochados. Así que los demás tuvimos que rescatar a aquella música de una forma un tanto particular. Porque uno aprende que es así como las generaciones posteriores a un fenómeno musical acabamos creando esa palabra tan trillada y, en cierto modo, espeluznante, que es "clásico" para definir algo que, en su principio, era justo lo contrario, pura energía y explosión. Creo que ahora algunos chavales empiezan a hacer lo mismo con nuestros formidables grupos de britpop de los noventa. Hay que joderse: sic gloria mundi transit

Metafísica y patafísica aparte, Squeeze fue uno de aquellos grupos cool del momento. Si bien su carrera sigue en activo, su gran momento fueron finales de los setenta y la década de los ochenta. Y su gran año, 1979. Por entonces, lanzaron su segundo álbum, Cool For Cats, del que editaron cuatro sencillos. Dos de ellos, el homónimo del LP y el tema de hoy, se alzaron hasta las mismísimas puertas del número uno. 

Personalmente, entre ambos, me quedo con este Up the Junction, un tema bellísimo con una estructura musical bastante cautivadora por lo particular: no encontraréis ningún estribillo. Inspirada por una serie de televisión de igual nombre dirigida en 1965 por nada menos que Ken Loach -a su vez a partir de un libro de historias cortas del escritor Neil Dunn-, cuenta la historia de un matrimonio de clase obrera que empieza feliz... y que acaba como el mismo rosario de la aurora. La misma potencia del relato tuvo que ver con la eliminación de todo estribillo, ya que la banda pensó que así la canción ganaba en fuerza narrativa. 

Como fuera, supuso el espaldarazo definitivo de la formación. Por cierto, y ya que estamos en honduras musicales, ahí van dos datos para los más sibaritas. O frikis, depende de cómo se mire. Desde hace casi 25 años, se emite en la BBC un respetadísimo show llamado Later With... Jools Holland, por donde ha pasado todo bicho viviente con nombre musical. Su presentador, Jools Holland, no es otro que el primer teclista de Squeeze, el mismo que podéis ver en el clip con aire macarra y habanazo en boca. 

Y ya puestos con el clip, el segundo dato: nunca diríais dónde se grabó. Va, os lo digo yo: es la cocina de la casa de John Lennon donde grabó el inolvidable vídeo de Imagine. Sí, sí, la cocina. 

Es lo que tenían los muy iconoclastas finales de los setenta en el Reino Unido. 







Hasta la próxima. 

lunes, 11 de enero de 2016

Ashes to Ashes, David Bowie, 1980


Hoy es uno de esos días que la mayoría de la gente guardará en su memoria. Es lo que tiene cuando se va uno de los grandes. Pero grandes de verdad. Porque Lemmy es grande, desde luego. Como otros tantos iconos del rock: Marc Bolan, Keith Moon, Brian Jones, Bon Scott, casi nada. Pero tan sólo muy, muy pocos tienen un espacio especial reservado en esa memoria colectiva gracias a la cual, por más años que pasen, siempre estarán ahí sus nombres. Son los Lennon, Freddie, Hendrix, Jackson, Morrison, Cobain… y ahora Bowie.

Es sintomático que mientras que se suceden las noticias de gran impacto -un recientísimo y turbulento proceso de elección de presidente en Catalunya; una infanta de España en el trance de ser juzgada ¡o salvada por la fiscalía!- hoy todo el mundo, piense como piense, viva donde viva, está dedicando un momento a darle un último homenaje al gran Duque Blanco. No es para menos con quien nos ha hecho viajar como pocos con su música. O mejor dicho, con sus músicas.

Porque Bowies han habido tantos como décadas ha actuado: de hecho, lo correcto sería decir que han habido más Bowies que décadas. Desde el estiloso mod, hasta el héroe del glam, parche al ojo. Desde el frío berlinés hasta el duro ochentero de Tin Machine. Y de ningún modo puede decirse que uno de ellos sea superior a los otros. A lo sumo, diferentes. Personalmente, me quedo con su era glam, donde igual encarnaba a Ziggy Stardust que se preguntaba si había vida enMarte, algo muy propio en quien describió como nadie la llegada a la Tierra deun hombre de las estrellas. Aunque diciendo esto sé que soy injusto. ¿Cómo dejar a un lado Space Oddity, Heroes, Under Pressure junto a Queen? ¡Si hasta su último trabajo, Blackstar, casi póstumo, sigue demostrando que hasta el final ha sido el puto amo!

Hace pocos días estuve en el Museo del Espacio de Toulouse. Allí pude subirme a la cápsula Soyuz en la que los astronautas rusos -y después también los europeos- se entrenaban antes de ser lanzados. Pues adivinad lo que se me vino a la cabeza -me asaltó inconscientemente- en cuanto me encajé en el estrecho sillín del piloto (el central) allí entre botones y palancas: “Ground Control, to Major Tom…”. ¿No hace eso grande a quién ha creado a un personaje en una canción? ¿Que un anónimo turista evoque tu canción sólo por el hecho de estar en un sitio que ni siquiera aparece realmente en la letra?

Y es que cuando Bowie creó en 1969 al Mayor Tom, no pudo imaginarse hasta qué punto fabricó a uno de los héroes literarios de la historia del rock. Aquel mismo astronauta que perdió el juicio (o lo recuperó, según se mire) y optó por marcharse junto a su cápsula al espacio volvería dos veces más a la escena de la mano de su creador, la segunda de ellas en 1980 en otro tema histórico no menor que el primero, este Ashes to Ashes, que es mi particular homenaje.


Cenizas a las cenizas. Que es lo que quedará del hombre, desde luego, pero nunca del músico. Y menos todavía, del mito. 




Hasta la próxima.