Supongo que, a estas alturas, tras varios días, ya estaréis más que al corriente de la vitoria austriaca en Eurovisión. Y digo a estas alturas porque si bien antes el festival se seguía en directo mayoritariamente, la pérdida de interés de los últimos años se ha hecho evidente. Tal vez eso sea lo que explique algo tan sorprendente como esto que ha pasado con la tal Conchita Wurst.
A ver, no es que un señor vestido y maquillado de mujer -o una señora con barba, lo que prefiráis- no puedan ganar Eurovisión. Desde luego que no es eso. Puestos a ver cosas raras, aún recuerdo a unos finlandeses (los sabemos porque se presentaban por ese civilizado país) caracterizados como orcos o bichos por el estilo y que se marcaron la victoria en 2006.
La cosa deja de tener tanta gracia desde el momento en el que las canciones que interpretan estos bien puntuados artistas no muestran una calidad que justifique el triunfo. Y cuando uno llega a esta conclusión, al final determina que Eurovisión, más allá ya de las recurrentes sospechas en el otorgamiento de los votos, premia la excentricidad. O, directamente, el frikismo. Ahí estuvo el bueno de Chikilicuatre sacándole los colores al festival... desde el momento en el que fue lo suficientemente votado como para estar muy por encima de la mayoría de artistas españoles enviados durante las tres últimas décadas.
Pero insisto, nada tiene que ver la cosa con la condición sexual de la señorita Wurst (apellido artístico que, en alemán, quiere decir "salchicha", añado). Ahí está, si no, la protagonista de hoy para certificarlo. Dana International era una transexual que se presentó -sorprendentemente- por Israel en 1998. Y con un temazo disco como la copa de un pino y que, desde luego, ganó y triunfó más allá del escenario, situado en Birmingham aquel año.
Y es cierto que al principio se habló más de lo que era la cantante israelí que de la propia canción. Pero no es menos cierto que, en cuanto todo el mundo escuchó Diva, lo demás pasó a un segundo plano.
Que es como debería ser, pero no como ha acabado siendo de nuevo esta vez (y si no me creéis, anda, a ver si os acordáis de lo que cantaban los orcos finlandeses aquellos). Eso sí, el año que viene no me pierdo el festival: puede ser la cosa para nota.
Hasta la próxima.
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