La muerte de John Fitzgerald Kennedy supuso un impacto en Estados Unidos poco imaginable aquí. La conmoción fue tal, que de la misma forma que hoy cualquiera recuerda exactamente dónde estaba y qué hacía el 11 de septiembre de 2001, un norteamericano de cierta edad podrá decir lo mismo del 22 de noviembre de 1963.
Una de las múltiples reacciones a aquel magnicidio fue la de un compositor neoyorquino de origen judío, Paul Simon. Y tuvo la forma de una de las canciones más bellas y emotivas de la historia del rock...
... o debería decir del folk, aunque la cosa no esté demasiado clara al final. En realidad, cuando Simon compuso The Sound Of Silence, lo hizo en el más puro y ortodoxo folk: pensado tan sólo para las voces suya y de Art Garfunkel, y con el único acompañamiento de una guitarra acústica. De esta guisa, la canción se publicó en el primer álbum del dúo, Wednesday Morning 3 A.M., y fue lanzada como single.
Sin embargo, para su productor, Tom Wilson, el potencial de la pieza daba para mucho más, motivado por la excelente acogida que estaba teniendo en los ambientes folk de Nueva York y que incluso empezaba a extenderse a emisoras mucho más lejanas.
Resulta que poco tiempo después, los Byrds habían lanzado su revolucionario Mr. Tambourine Man, en el que transformaron por completo una canción de Bob Dylan hasta dejarla en una pequeña joya eléctrica pop. Esto dio una idea a Wilson, que pensó en hacer lo mismo con The Sound Of Silence. La decisión la acabó de tomar justo al día siguiente de haber producido -atención- nada menos que... ¡Like A Rolling Stone del mismo Bob Dylan!, ya convertido él mismo al credo eléctrico.
Así que el bueno (o malo, según quién lo mire) del productor se echó la manta a la cabeza y, sin consultar ni siquiera al dúo, añadió al máster de la canción un acompañamiento de guitarra eléctrica, bajo y batería. El resultado hizo furor en pleno áuge del naciente folk rock: el primer día del año de 1966 escalaba hasta el primer puesto de las listas norteamericanas, y convertía en leyendas inesperadas a Simon y Garfunkel. No obstante, por lo general, el dúo prefería interpretarla en su versión acústica, previsiblemente porque era tal y como la concebían en realidad.
Yo, por mi parte, intentaré ser lo más salomónico posible en el post de hoy. Así, en el vídeo podéis encontrar un directo acústico que hicieron para la televisión, áspero y sin concesiones a las florituras: era folk puro y duro, que seguro que los más aficionados a este estilo lo agradecerán. Sin embargo, un servidor siempre ha tenido el corazón algo más eléctrico, así que mediante Goear podréis escuchar la versión eléctrica que acabó en el número uno y que no desmerecía lo más mínimo a la original.
Eso sí, en los dos casos escucharéis una belleza de principio a fin.
Una de las múltiples reacciones a aquel magnicidio fue la de un compositor neoyorquino de origen judío, Paul Simon. Y tuvo la forma de una de las canciones más bellas y emotivas de la historia del rock...
... o debería decir del folk, aunque la cosa no esté demasiado clara al final. En realidad, cuando Simon compuso The Sound Of Silence, lo hizo en el más puro y ortodoxo folk: pensado tan sólo para las voces suya y de Art Garfunkel, y con el único acompañamiento de una guitarra acústica. De esta guisa, la canción se publicó en el primer álbum del dúo, Wednesday Morning 3 A.M., y fue lanzada como single.
Sin embargo, para su productor, Tom Wilson, el potencial de la pieza daba para mucho más, motivado por la excelente acogida que estaba teniendo en los ambientes folk de Nueva York y que incluso empezaba a extenderse a emisoras mucho más lejanas.
Resulta que poco tiempo después, los Byrds habían lanzado su revolucionario Mr. Tambourine Man, en el que transformaron por completo una canción de Bob Dylan hasta dejarla en una pequeña joya eléctrica pop. Esto dio una idea a Wilson, que pensó en hacer lo mismo con The Sound Of Silence. La decisión la acabó de tomar justo al día siguiente de haber producido -atención- nada menos que... ¡Like A Rolling Stone del mismo Bob Dylan!, ya convertido él mismo al credo eléctrico.
Así que el bueno (o malo, según quién lo mire) del productor se echó la manta a la cabeza y, sin consultar ni siquiera al dúo, añadió al máster de la canción un acompañamiento de guitarra eléctrica, bajo y batería. El resultado hizo furor en pleno áuge del naciente folk rock: el primer día del año de 1966 escalaba hasta el primer puesto de las listas norteamericanas, y convertía en leyendas inesperadas a Simon y Garfunkel. No obstante, por lo general, el dúo prefería interpretarla en su versión acústica, previsiblemente porque era tal y como la concebían en realidad.
Yo, por mi parte, intentaré ser lo más salomónico posible en el post de hoy. Así, en el vídeo podéis encontrar un directo acústico que hicieron para la televisión, áspero y sin concesiones a las florituras: era folk puro y duro, que seguro que los más aficionados a este estilo lo agradecerán. Sin embargo, un servidor siempre ha tenido el corazón algo más eléctrico, así que mediante Goear podréis escuchar la versión eléctrica que acabó en el número uno y que no desmerecía lo más mínimo a la original.
Eso sí, en los dos casos escucharéis una belleza de principio a fin.
Versión eléctrica (1965)
Versión acústica (1964)
Hasta la próxima.
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